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En noviembre de 1974, el propietario de un cine de la ciudad italiana de Biella estaba desesperado porque la entrada para acceder a la proyección costaba 700 liras y todos los clientes se presentaban con billetes de 1.000 liras.
El cliente pidió ayuda a su banco (Banca Sella) que, dada la necesidad de cambio y la falta del mismo, consideró la opción de hacer cheques bancarios por el importe del cambio. El cliente le expresó su más sincero agradecimiento y pidió poder disponer lo antes posible de 1.000 cheques de 300 liras extraídos de su cuenta corriente.
Estos cheques de 300 liras todavía tenían el formato estándar de los cheques bancarios normales hasta que el 10 de diciembre de 1975, el Instituto Bancario San Paolo de Turín emitió los primeros instrumentos de crédito destinados a sustituir las monedas metálicas agotadas desde hacía tiempo, con un diseño personal, coloreado, pequeño tamaño y de poco valor. Habían nacido los miniassegni (mini cheques).
100 liras emitido por el banco Credito Italiano (Génova) para Concessioni e Construzioni Autostrade. Fechado en Roma el 30 de septiembre de 1976.
Los primeros tenían un valor de 100 liras. Más tarde aparecieron valores desde 50 a 350 liras, cantidades siempre muy inferiores al euro (1€ = 1936,27 liras).
Tras el ejemplo del banco de Turín otras entidades copiaron la idea emitiendo, a petición de sus clientes, gran cantidad de documentos bancarios.
100 y 150 liras emitidos por el Banco de Sicilia para Confesercenti Provinciale de Trapani. Fechado en Trapani el 14 de febrero de 1977.
No se les puede considerar billetes de curso legal, puesto que dicha emisión corresponde únicamente al Banco de Italia, eran cheques al portador de poco valor que los establecimientos comerciales solicitaban al banco y que los comerciantes entregaban en el cambio sobre las compras realizadas en lugar de monedas, pero los ciudadanos italianos, tras las dudas iniciales, los intercambiaron entre ellos y utilizaron como si fuera moneda real ya que era el mejor sustituto que había en ese momento, habida cuenta que los comerciantes que no disponían de miniassegni utilizaban pequeños artículos disponibles según su actividad comercial para el cambio como galletas, sellos, tiritas, fichas telefónicas y en algunas ciudades incluso billetes de transporte público.
En el municipio de Castel Bolognese, sin monedas ni minicheques, se entregaban caramelos en el cambio de la compra en varios comercios, lógicamente haciendo las delicias de los niños, pero menos apreciado por aquellas personas que no tenían hijos como el doctor Ferramosca. Cansado de recibir el cambio en caramelos cuando compraba el periódico a diario, una mañana, habiendo acumulado un buen puñado de golosinas, decidió pagar con ellas el periódico. No contaba el doctor con la dura resistencia por parte del kiosquero a aceptar esa forma de pago y tras zanjar la discusión y pagar a regañadientes el periódico con dinero, el kiosquero, como siempre, le dio el cambio con más caramelos.
100 liras emitido por el ICCREA para la Associazione Commercianti di Castellana. Fechado en Roma el 5 de enero de 1977.
Muchos pequeños comercios se refugiaron en los minicheques para poder hacer frente a los cambios. Los bancos ponían a cambio sus condiciones. Por ejemplo, la cantidad mínima que emitía el ICCREA (Istituto Centrale delle Casse Rurali ed Artigiani) era de 200.000 liras, equivalente a 2.000 mini cheques de 100 liras y no se comprometían a hacerlos efectivos hasta 6 meses desde la fecha de emisión.
En los meses de febrero y marzo de 1976, el fenómeno de los mini cheques se extendió por toda Italia, adquiriendo matices que iban más allá del servicio práctico para el que fueron creados, como la publicidad a pequeña escala. No había comercio, comerciante o empresa que no quisiera tener sus propios mini cheques personalizados con su logotipo, aprovechando el fenómeno como vehículo seguro para una amplia publicidad entre la población que los manejaba. De hecho, a Banca Sella empezaron a llegar solicitudes de apertura de cuentas de empresas de Milán, Piacenza y Ferrara, que querían sus propios mini cheques personalizados. A veces era el propio banco el que diseñaba un logotipo para el nuevo cliente (por ejemplo, un Napoleón erguido con la mano en el chaleco, para el bar Napoleón).
100 y 150 liras emitido por el ICBB para Banca Agricola Milanese y Banca Rasini S.P.A. Fechados en Milán el 5 de julio de 1977.
¿Por qué no había monedas?
En 1973 se produjo una Crisis Energética tras la Guerra árabe-israelí, que provocó una extrema escasez de hidrocarburos en todo Occidente y llevó la inflación a niveles muy elevados (incluso el 20% o casi en países como Italia, Francia , Reino Unido y España). Entre finales de 1974 y 1975 la crisis resultante alcanzó su punto máximo. El IPZS (Instituto Poligrafico e Zecca dello Stato) había iniciado la emisión de grandes cantidades de billetes descuidando la acuñación de pequeña moneda metálica.
La cantidad de monedas que había en circulación no satisfacía las necesidades del país. El auge de las máquinas de pinball, de discos, la llegada de las primeras máquinas expendedoras que funcionan con monedas, pero también aquellas que los turistas se llevaban de recuerdo y las que atesoraron los coleccionistas numismáticos fueron algunas razones de su escasez.
Las monedas de 50 y 100 liras están hechas de acero inoxidable. Mientras la moneda italiana perdía valor, el valor del metal superó su valor nominal y algunos ciudadanos emprendedores fundieron las monedas para obtener ganancias, aumentando también la crisis.
100 liras, 1956. Anverso: Alegoría de la República. Reverso: Diosa Minerva con lanza junto a un olivo. Este diseño se acuñó desde 1955 hasta 1992.
El gobierno italiano tardó en reaccionar ante el problema. A finales de 1977, Italia introdujo las monedas de 200 liras de aluminio y bronce y en 1982 le siguió la moneda bimetálica de 500 liras, con el valor en Braille por primera vez.
200 liras de 1979. Estas piezas fueron acuñadas desde finales de 1977 hasta la llegada del euro.
A finales de 1978 dejaron de emitirse los miniassegni cuando la Casa de Moneda ya había suplido la falta de efectivo, mientras tanto, durante los años 1976 a 1978 además de los bancos, grandes almacenes emitieron vales de características similares y como no podía ser de otra manera, algunos bancos sacaron partido de la situación emitiendo series ilustradas con diseños distintivos en cantidades limitadas que se vendieron a coleccionistas con un margen de beneficio sustancial.
También la picaresca se aprovechó de la crisis. Dado que están impresos en papel corriente y carecen de los elementos de seguridad propios de los billetes convencionales, entre 1977 y 1978 aparecieron en los periódicos varios casos de detenciones por falsificación de mini cheques.
Incluso la inventiva popular se aprovechó de la situación, así nos ha llegado el caso de Fortunata Santandrea, propietaria de una farmacia de Castel Bolognese cuyos clientes querían dinero en metálico en lugar de mini cheques, tiritas u otros sustitutos. Para ello recurrió a una “cambista” particular: Minta de Dintò, propietaria de una empresa trapera. Minta, que a lo largo de los años había ido guardando las pequeñas monedas encontradas en los bolsillos de diversas prendas destinadas a convertirse en trapos, cambiaba billetes de 1.000 liras en monedas a quienes se lo pedían, eso sí con su margen de beneficio correspondiente entregando a cambio 900 liras en moneda metálica.
50 liras emitido por la Banca di Credito Agrario di Ferrara para la Unione Provinciale Agricoltori di Ferrara. Fechado en Ferrara el 3 de enero de 1977.
Pero no fue Minta quien se benefició de la falta de moneda, ni el kioskero que desesperaba al doctor Ferramosca de Castel Bolgnese cuando le entregaba caramelos. Los grandes beneficiados fueron los 42 bancos que llegaron a emitir hasta 835 tipos diferentes de miniassegni con un valor estimado de más de doscientos mil millones de liras, de las cuales se calcula que solo el 40 % de los minicheques regresaron a los bancos para ser canjeados por moneda legal.
El 60 % restante, unas ciento veinte mil millones de liras (aprox. 60 millones de euros sin calcular la inflación), fue lo que ganaron los bancos a cambio de pequeños papeles de colores, en muchos casos destruidos por la mala calidad de la materia prima, otros olvidados en algún cajón, tal vez por no esperar colas en las entidades y una pequeña cantidad en manos de los coleccionistas a los que nos gusta atesorar estos pequeños cheques, que actualmente, con los medios de pago digitales carecen de sentido, pero que constituyen una pequeña parte de la historia de la numismática italiana.
Bibliografía
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