Entrar en el infierno y arrojar de él al diablo

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En mayo de 2024 mi sobrina Natalia se fue de viaje a Dinamarca. Tráeme una moneda de recuerdo, le dije. Y esto es lo que me dio al regresar.

5 coronas, año 2008. ¡Caramba, curiosa fecha!, pensé. Esta moneda de 5 coronas se acuñó justo 200 años después de esta otra moneda de 2 reales labrada durante la expedición española a Dinamarca y la posterior declaración de guerra.

2 reales acuñados en Sevilla en 1808.

La historia comenzó con la firma en Segovia del Tratado de San Ildefonso de 1796 en el que España y Francia se comprometían a mantener una política militar conjunta frente a Inglaterra, que en esos momentos amenazaba la flota española en sus viajes a América.

Entre otros puntos se establecía que, a requerimiento de cualquiera de las partes firmantes, la otra la socorrería en el plazo de tres meses con una flota de quince navíos de línea, seis fragatas y cuatro corbetas, todos ellos debidamente armados y avituallados. A esta armada se añadirían fuerzas de tierra de 18.000 soldados de infantería, 6.000 de caballería y artillería en proporción.

Tratado de San Ildefonso (1796). (fuente).

Once años después, durante las guerras napoleónicas, Dinamarca se vio abocada a una alianza con Francia tras el bombardeo británico de Copenhague, el 5 de septiembre de 1807.

En base al Tratado de San Ildefonso, Napoleón Bonaparte exigió a Godoy, primer ministro de Carlos IV, que los españoles prestaran ayuda a Dinamarca enviando un contingente de tropas para proteger la costa danesa de un más que posible desembarco británico. Comandadas por Pedro Caro y Sureda, III Marqués de La Romana y por el mariscal francés Jean-Baptiste Bernadotte, una expedición compuesta por unos 14.000 soldados españoles partió de España en 1807 hasta Hamburgo y Lübeck donde pasaron el invierno. En el tiempo que estuvieron en Alemania, el regimiento de caballería Algarve fue revisado por el mariscal francés y, admirado por la belleza de jinetes y caballos, así como de su brillante porte no pudo por menos que confesarle al Marqués de La Romana: “Yo con este regimiento entraría en el infierno y arrojaría de él al diablo”.

Al mariscal Jean-Baptiste Bernadotte le conocimos en este blog cuando escribí el relato titulado El secreto del rey.

El mariscal Bernadotte como rey de Suecia en una moneda de 1/6 skilling. Aureo & Calicó subasta 360, lote 2073.

En marzo de 1808 los ejércitos entraron en Dinamarca con órdenes de desplegarse entre Jutlandia, Zelandia, Fionia y Langeland.

Geografía de Dinamarca (fuente).

Los soldados españoles, ya sabemos cómo son. Como “soldados” me refiero a la tropa, al soldado raso que es el primero que se la juega en el campo de batalla. Si hay que defender el país, se lucha lo que haga falta, pero si lo que hay que hacer es ir al norte de Europa a ayudar a los franceses por una serie de acuerdos políticos también se va, pero a ver, a nuestra manera.

Los hombres de La Romana fueron recibidos con expectación y con cierto miedo por parte de la población danesa, pero en poco tiempo se dieron cuenta que los temores eran infundados.

Nunca entraron en combate, sólo estuvieron estacionados, fueron los primeros soldados extranjeros que no arrasaron el país. Vivían entre la gente, se comportaban de forma familiar, aceptaban sin remilgos la comida local, al contrario de franceses y belgas; jugaban con los niños, tocaban la guitarra, hacían fiestas y mantuvieron relaciones amistosas. Existen registros de la sorpresa divertida que causaban algunas costumbres nuestras, como aliñar la ensalada, comer caracoles o liar tabaco (ellos solo fumaban en pipa).

La fama de nuestros maestros herradores era tal que los campesinos daneses traían a sus animales para que los curasen, fiándose más de los españoles que de sus propios veterinarios.

Asimismo, el físico de los españoles y su modo de vida alegre y festivo, donde los bailes y guitarras eran protagonistas, resultaban muy atractivos para los daneses. Los habitantes de Nyborg y Fionia recordaban, pasada la guerra, aquel periodo como un feliz episodio de la historia de sus ciudades.

No todo iba a ser perfecto. Uno de los sucesos más conocidos del tiempo que estuvieron los españoles en Dinamarca fue el incendio del castillo de Kolding: En efecto, la noche del 29 de marzo de 1808, en una fiesta que presidía el mariscal Bernadotte se produjo un fuego en el cuerpo de guardia y en la nave donde estaban alojados los españoles producido porque al intentar paliar el intenso frío escandinavo, habían colmado de paja las chimeneas dando lugar a un incendio que se extendió por todo el castillo; varios días después seguía ardiendo y el 31 de marzo se derrumbó la gran torre, destruyendo la Iglesia.

Este episodio tuvo su registro literario con Hans Christian Andersen, que compartió de niño juegos con algunos de aquellos soldados españoles. En su obra de carácter autobiográfico, «El cuento de mi vida» escribió:

«Pero el recuerdo que más claramente se me quedó grabado en la memoria, avivándose cada vez que de ello se habla, es la llegada de los españoles a Fionia en 1808. Dinamarca se había aliado con Napoleón, a quien Suecia había declarado la guerra, y antes de que se pudiera uno dar cuenta, teníamos en Fionia un ejército francés y tropas auxiliares españolas para marchar a Suecia bajo el mando del Mariscal Bernardotte, Príncipe de Pantecorvo. (…). Ardió el castillo de Kolding y Pantecorvo vino a Odense, donde estaban su esposa y su hijo Oscar (…). Se comentaba que los soldados franceses eran altaneros, los españoles, en cambio, bondadosos y amables; se tenían un profundo odio los unos a los otros; los pobrecillos españoles eran los que daban más lástima. Un día un soldado español me cogió en brazos y me puso en los labios una medalla de plata que llevaba en el pecho desnudo. Recuerdo que mi madre se enfadó, porque era cosa de católicos, dijo, pero a mí me gustó la medalla y el hombre extranjero que bailaba conmigo en brazos besándome y llorando ¡seguro que él también tenía hijos en España!».

Joaquín Sorolla. Dos de mayo. (fuente).

Mientras, al ejército español le llegan noticias del motín de Aranjuez, producido en Madrid el 18 de marzo de 1808 contra Godoy, de la presencia del ejército francés en España y la entrega a Francia de varias plazas fronterizas, lo que provoca hostilidad de los españoles contra los franceses. El mariscal Bernadotte recibe órdenes de dispersar las tropas españolas para evitar la cohesión y censurar la correspondencia.

Se produce la invasión francesa en España y el 2 de mayo comienza la Guerra de la Independencia, que contará con apoyo inglés. De repente los españoles establecidos en Dinamarca se sienten traicionados, se encuentran en territorio hostil y se hace necesaria una evacuación a España para luchar en tierra propia contra el invasor francés.

El general Pedro Caro Sureda, Marqués de La Romana. (fuente).

El gobierno español intentó ponerse en contacto con el Marqués de la Romana para informarle de lo sucedido y contactaron con un emisario, el sacerdote escocés católico James Robertson que, como hablaba alemán, se hizo pasar por mercader de chocolate.

Aun así, el gobierno británico temía que no creyese al emisario, por lo que se ideó un plan. John Hookham Frere, destacado diplomático británico, fue consultado para realizar esta operación de salvamento, pues era amigo personal del Marqués de La Romana desde su estancia hacía años en Madrid, por lo que tramó una manera de hacerle saber que el mensaje venía de su parte y que era verdad. De tal manera, Frere ordenó al sacerdote Robertson que le recitara un fragmento del “Cantar de mío Cid” sobre el que ambos, Marqués y diplomático, habían discutido durante semanas en la época en la que el británico estuvo destinado en Madrid.

Al oír el fragmento del mítico poema el Marqués se quedó tranquilo y comenzó a organizar la salida de sus tropas de territorio danés para poder regresar a España. El sistema de comunicaciones, desde entonces, para evitar ser detectados, se realizaría a través de un intrincado código sustentado en fragmentos del “Cantar de mío Cid” que se mantendría durante semanas. 

La repatriación fue muy compleja debido a la presencia francesa, que trató de impedir a toda costa el embarque de los soldados españoles.

El plan era reunir en la ciudad de Nyborg, situada en la isla de Fionia, a todos los españoles que se encontraran en la isla, tomar el puerto de Nyborg, apoderarse de las seis baterías de cañones que guardaban al puerto y hacerse con todas las embarcaciones atracadas. Llegado el momento, se dirigirían a la isla del Sur, Langeland, hasta la llegada de los barcos ingleses, en los que embarcarían.

El resto de españoles que se encontrasen en la zona continental debían ir a la isla de Fionia o ir a la de Langeland. Los dos regimientos que se encontraban en la gran isla de Zelandia debían llegar por sus propios medios al punto de encuentro.

El plan se puso en marcha el día 9 y el marqués de la Romana tomó Nyborg el día 9 con 9.000 hombres. El comandante de la ciudad se rindió sin luchar. En el puerto había 44 pesqueros, un bergantín y dos balandras. Tomaron el control de los barcos y embarcaron para Langeland.

En la isla de más al sur, Langeland, los españoles tomaron el control y negociaron con el noble danés de la zona, que los ingleses no desembarcarían y que los daneses entregaran sus armas, pero las recuperarían después de que los españoles hubieran embarcado. También los daneses les suministrarían 200 reses y 30.000 raciones de pan, para abastecer a todos los españoles que debían venir de Fionia. A cambio de dichos víveres, los 9.000 españoles que había no llevarían a cabo actos de pillaje.

Entre los soldados españoles se encontraba un dragón llamado Isidoro Panduro. Formó parte del regimiento de Almansa acantonado en Odense. Cuando se organizó la evacuación estaba en el hospital con una pierna rota y por lo tanto, no pudo volver a casa. En cambio, se quedó en Dinamarca, donde se casó con la hija de un granjero de Viby y se convirtió en el antepasado de la familia Panduro, que incluye al escritor Leif Panduro.

5.000 soldados españoles quedaron retenidos en Zelandia, convirtiéndose en prisioneros franceses.

El día 27 llegaron a la bahía de Gotemburgo, en Suecia, los buques británicos y pesqueros daneses cargados de soldados españoles. El 5 de septiembre llegaron 37 buques desde España para repatriar a los soldados. El 12 partieron para España y el 9 de octubre desembarcaron en Santander, Ribadeo y Santoña.

La negativa de Dinamarca, por amenazas francesas, de facilitar el retorno del resto de las tropas españolas, hizo inevitable la declaración de guerra a Dinamarca por la Junta Central reunida en Sevilla el 18 de septiembre de 1809. Se produjo la incautación de bienes de varios residentes daneses en Málaga, entre ellos 14 barcos.

Esta declaración de guerra a Dinamarca no fue tomada muy en serio en las localidades españolas excepto en Huéscar, un municipio de la provincia de Granada que si se lo tomó muy en serio. Prueba de ello es la publicación del bando en el municipio el 11 de noviembre de 1809.

Libro de Actas Capitulares de 1809. (fuente).

Tras el fin de la Guerra de la Independencia y la expulsión de los franceses, el 14 de agosto de 1814, el Embajador danés Edmundo Bourke y el Embajador español Carlos José de los Ríos Fernández de Córdoba, firmaron en Londres el Tratado de Paz y Amistad, poniendo fin a las hostilidades.

Sin embargo, el pequeño pueblo de Huéscar no tuvo noticia oficial de ello, por lo que mantuvieron la declaración de guerra vigente hasta el 11 de noviembre de 1981; es decir, 172 años de guerra.

En 1981, D. Vicente González Barberán, investigador e historiador, descubrió en los archivos municipales la noticia que, publicada en la revista local “La Sagra” fue recogida por el diario granadino “Ideal”.

De ahí pasó a la agencia EFE y de esa manera se enteró el corresponsal de la televisión pública danesa en Madrid, Jorge Jensen, que le dio cobertura informativa. Aquello fue una bomba en Dinamarca, donde la noticia de que un pueblo del sur de España les había declarado la guerra les llenó de hilaridad y diversión.

“En guerra contra los daneses”. Recorte del periódico Politiken de Copenhague fechado el 23 de agosto de 1981 recogiendo la noticia. (fuente).

Y claro, si hubo un conflicto declarado el 11 de noviembre de 1809, había que enterrar el hacha de guerra y firmar la paz. España estaba preparando su entrada en la OTAN (lo haría efectivo al año siguiente) y una auténtica declaración de guerra contra un país miembro era un pequeño detalle que podría dificultar el proceso de integración; y así se hizo, el 11 de noviembre de 1981. Con toda la formalidad y seriedad de la que fueron capaces en el pueblo, el embajador danés, Mogens Wandel-Peterson, obtuvo de su país los poderes para negociar en nombre del estado escandinavo el final de las hostilidades. 

La paz fue firmada con todos los protocolos propios que exigía el Ministerio de Asuntos Exteriores español y la embajada danesa. Centenares de ciudadanos daneses, algunos disfrazados de vikingos, además del embajador y todo el personal diplomático de la legación danesa, acudieron a Huéscar. Docenas de medios de comunicación españoles y daneses, pero también del resto de Europa e incluso alguno americano se dieron cita para dar fe del final de una de las guerras más largas de la Historia de España. El resto del día fue una auténtica fiesta.

(fuente).

Como fruto de la paz se hizo hermanamiento con la ciudad de Kölding en el año 1.985 y desde entonces se promueven intercambios de estudiantes de ambas ciudades. Todo esto mereció que la Comunidad Europea concediera a Huéscar y Kölding el premio denominado “LES ETOILES D´OR DU JUMELAGE” (Las estrellas de oro del hermanamiento), “por haber dado prueba de un compromiso ejemplar en favor de la construcción europea y del acercamiento entre los ciudadanos”.

En la actualidad, Dinamarca y España son dos países con excelentes relaciones, aliados, socios y miembros de la Unión Europea, la OTAN y las Naciones Unidas. Nuestros regimientos no mantienen actualmente tratados con los franceses, pero están a las órdenes de la OTAN y si es necesario entrar en el infierno y arrojar de ahí al diablo, por Santa Bárbara que se va.

Bibliografía

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